Mi primera vez en Damasco fue una mezcla entre aventura y angustia, no entendía nada y nadie me entendía a mi, aún así, la ciudad me atrapó.
Terminando la maestría me fui a visitar a un amigo a Damasco. Me invitó prometiéndome que me iba a encantar. Llegué sin tener idea a donde iba, no investigué nada y llegué.
El día que llegué a las 3 am, pedí un taxi para que me llevara a un hotel que sabía estaba cerca de casa de mi amigo, desde donde iba a tener que llamar por teléfono a su pareja para que pasara por mí.
Explicarle al de la recepción del hotel que me prestara su teléfono fue de las cosas más complicadas que había yo hecho en mi vida!. Ni una palabra de inglés hablaba el buen hombre, me di cuenta que Siria no iba a ser un lugar en donde me iba a poder comunicar fácilmente.
Llegó Francisco me llevó a su casa, yo no lo conocía, y me daba mucha pena molestarlo a deshoras.

Al día siguiente me dio aventón a una calle, me dijo donde estaban los lugares a visitar, a donde ir y que me esperaría en la tarde en su casa. Ahí empezó mi aventura por el medio oriente.
Las calles al principio completamente desconocidas, llenas de coches, y con nombres que no lograba leer. Mucho tráfico, muchos taxis amarillos y mucho, muchísimo calor.
Logré llegar al museo nacional y no pareció un museo nacional. Para mi muy precario, distinto a todo lo que yo había visto, hasta sucio. Signo de que Damasco no era muy turística.

Caminé mucho por la ciudad sin tener ni idea a donde iba o a donde quería ir, caminé por el Souq Hamediyeh, el “mercado” principal, lleno de tiendas de gente, de ruido. Ví a un hombre vendiendo agua de tamarindo, me llamó la atención, sabía como el agua de tamarindo mexicana, pero con un toque de agua de alhelí que me resultó verdaderamente extraño.

Las calles se empezaron a hacer callejones, la gente era muy amable, pero no había manera de comunicarnos. Un chavo se dió cuenta que estaba perdida y me acompañó a mi casa.
Yo muy confiada, pero no le dije exactamente a donde iba, en cuanto vi que estaba cerca le di las gracias, en el camino me dijo que ¡le gustaría casarse conmigo!. Luego supe que esa frase iba a ser muy común durante las 2 semanas que estuve en la zona. Dos días después me fui a Beirut en un taxi.
Camino a Beirut
La segunda locura más grande que he hecho en mi vida. Me pidieron un taxi de confianza para llevarme a Beirut. El camino es de tan sólo una hora y media, Damasco está sólo a hora y media de Beirut, pero ¡Vaya experiencia!
Me subí al taxi y como no nos podíamos comunicar en ningún idioma, yo venía calladita calladita. Recuerdo de haberle enviado un mensaje a un amigo en Holanda “si no sabes nada de mi en dos horas, preocúpate”.
Primero paramos en un lugar, se frenó me pidió mi pasaporte y se bajó del coche; yo atrás corrí como loca para intentar entender para qué quería mi pasaporte (nunca entendí). Se lo dió a alguien en una cabina, lo vió, se lo regresó y nos fuimos de regreso al coche.
Cruzando la frontera
Seguimos nuestro camino hasta la frontera, me señaló la puerta para ir a sellar mi pasaporte. Yo secretamente estaba emocionada porque en mi locura creí que los soldados hablarían francés.
No mucho tiempo atrás Francia había tenido intereses en la zona y me relajé pensando que ahí sí me entenderían.
Llegué muy confiada con mi pasaporte en mano a hablar por primera vez en un buen rato. Para mi sorpresa NADIE en la oficina de la frontera me entendía, NADIE. Nos dimos a entender, no se como. Me sellaron mi entrada y me indicaron la puerta de salida. Salí con mi pasaporte a buscar a mi chofer del taxi y ¡oh sorpresa!, ¡no estaba en donde me dejó!.
Mi corazón brincó, tenía mi pasaporte en la mano, pero mi maleta la traía él y yo estaba en un lugar en donde NADIE me entendía.
Busqué, busqué y busqué, pasaron 5 minutos que para mi fueron horas. Intentaba localizarlos. Empecé a caminar, dar vueltas, buscar el coche, no quería caer en pánico pero estaba aterrada.
A los 5 minutos que parecieron 5 horas, vi al chofer gritándome desde el otro lado de la frontera, saludándome; corrí a verlo. No entendí porque se movió o porqué no me avisó nada. Quizá me dio toda la explicación y yo no me enteré; no lo sabré, lo que sí es que me volvió el alma al cuerpo.