Me subí al taxi y seguimos nuestro camino (ya llevábamos 2 horas en lugar de 1 y media y no habíamos llegado). Llegando a Beirut se frenó, me abrió la puerta y paró a un taxi local para que me llevara al hotel al que tenía que llevarme. Yo otra vez no entendía nada, pero me hizo subirme y el taxista nuevo me llevó.
Por supuesto me cobró mucho más de lo que tendría que haberme cobrado, pero yo al ver el nombre del hotel. Me puse tan contenta que le hubiera pagado todo el dinero que traía. Es horrible cuando la gente se aprovecha de los turistas de esa forma, pero no veo cómo terminar con esa mala costumbre.

Llegué al hotel, expliqué que iba a un cuarto en el que ya estaba mi amigo Diego, en ese instante vi aparecer al ser de luz al que tanto quiero y a quien en ese momento quería más que nadie en el mundo. Le di un abrazo lleno de amor y tranquilidad. Por fin estaba con Diego, después de una travesía y un cruce de fronteras llenos de incertidumbre y angustia. A la fecha me acuerdo de esas horas como unas de las más intranquilas de mi vida.
De ahí nos fuimos a comer uno de los mejores shewarmas que he comido en mi vida, fuimos a tomar algo y al día siguiente caminamos por Beirut.

En ese viaje conocí Baalbek, unas ruinas romanas que para mi, han sido las más impresionantes que he visto en mi vida. También es la cuna del Hezbollah. Despertar en ese pueblo con ametralladoras, al parecer, es de lo más normal del mundo. Junto a las ruinas había un museo de los mártires del Hezbollah, algo de verdad que me dejó helada.
Para esos momentos Francisco ya nos había alcanzado, con él terminamos nuestra vuelta por Líbano y pasamos a ver unas cascadas padrísimas de las que no recuerdo el nombre, pero me llamaron mucho la atención pues lo que vi de Líbano fue más bien desértico.